Alegría y precipicio. Todo incertidumbre. Lágrimas nerviosas. Incertidumbre. Incertidumbre. Y un día me diste poder en las entrañas y fui salvaje y combativa. Y me cagué en los médicos y les hice preguntas que a todos les molestaron. Cómo molestan las preguntas a los médicos.

Y después de mil mujeres-botiquín llegamos a la bruja vieja que no nos subestimó. Y me preguntó cómo andaba y lloré cada consulta con religiosidad. Y tragaba libros en vez de pastillas. Y las hojas calmaban mi necesidad de apagar el miedo. Y la tranquilidad de la bruja tranquilizaba mientras las patadas-caricia de la Carne De Mi Carne mostraban sus gustos y me empujaban a la búsqueda.

Fui bola vibrante, gigante, con calma y hormigas y comidas cuidadas para la ocasión. Todo fue preparación. Los días eran casa nueva y decorados de futuro. Pintura, arreglos, ropa, cremas, cursilería, ansiedad y pesadez. Qué dinámica pesadez.

Estaba Él, mi madre, la hermana, la familia, los amigos. Pero la angustia era más poderosa e insobornable y se escapaba a cada rato a saludar. Y sin alcohol ni cigarrillos. ¿Cómo combatir la angustia, tan solitaria y tan acompañada? Y la culpa de la culpa de la angustia. Que la Carne De Mi Carne todo lo absorbe. Y que también lo bueno, joder.

Y los meses pasaron como una tormenta desafiante. La fecha llegó con té, flores y energía concentrada. La música saludó en cada hueco, la vela de naranja desparramó su olor y el trance llevó a mis pies agrandados hacia otra dimensión.

El miedo de la Carne De Mi Carne bañándome las piernas y yo sin explicación y con asombro. Mi cabeza indicaba calma a su cabeza asustada. Yo: toda armonía y paciencia y redondez serena. Ella: toda chispa y piernas convulsionadas. Dinámico vaivén. Riesgo en el equilibrio.

Su carne rodando, golpeando, sacudiéndose. Yo caminando en otro plano. Los pasos al ritmo de la música primitiva, salvaje, combativa. Su carne haciéndose lugar entre mi carne. Su carne y mi río pujando vida. Su vida mi vida. La bañera llena, el baño lleno, la perra afuera, la jugada entera.

Él fumando. Él a mi lado y lejano. Él, tal vez, más cerca de la Carne De Nuestra Carne. Él hablando por teléfono. Yo pidiendo su agua. Yo caminando. Sus manos en mi pelo. Los ojos de la bruja en mis ojos. La escucha de la bruja en mis pausas. La carne galopando. Los corazones galopando.

Otra vez la incertidumbre que saludaba. Pausas. Silencios. Inexperiencia en la gran experiencia. Pero certeza en la bañadera. Frío también, en la bañadera. Y contracciones. Poderosas contracciones que regaron los seres.

Galopes en un baño grande disfrazado de blanco con música de fondo ya no siendo música sino siendo ruido con voces de cuasi desconocidos y mi propia carne por nacer y mi propia carne transformándose para que eso sucediera. Fuertes contracciones en el frente. Todo bullicio y yo sumergida en el silencio de la espera. Todo voces y ojos desencajados. Todos temor menos yo. Todos nervios y yo adentro. Adentro de mi adentro. Ella en el adentro de mi adentro. Parto y encuentro.

Mi piel tocando el agua demasiado fría de la bañadera y mis piernas tensas abriéndose a la fuerza. Todo ruido y nada. Todo contracción fuerte y pulsión y pulso, y nada. Y en un instante la voz de la bruja. Sus ojos atentos y su voz ronca de fumadora diciéndome que sólo la escuche a ella. Que me entregue más. Me entrego a ella. Me entrego a la Carne De Mi Carne que tiene que salir de mi cuerpo. Pujo y rayo. Rayo en el aire que perfora mi cabeza. Rayo en mis piernas que corta mi carne. Rayo que cae e invade y empuja. Rayo que abre y que entrega y que sale. Rayo en el aire. Rayo en la carne. Rayo en la cabeza, rayo en la entrepierna. Presión en las cabezas. Y por fin, el peso de la energía y el llanto de vivir. Y mi llanto por la vida. Y el nombre que nombra por primera vez en ese instante y nuestra privacidad implacable, impagable y los rayos abrazándonos y siendo calor en tanto frío.

Y el instante detenido en nuestro universo fragmentario. Y el instante que muta a recuerdo tatuaje, a recuerdo sagrado de comunión y nueva vida en nuevas vidas.

La vida. Mi bebé, Carne De Mi Carne, mi pequeña gran gloria. Toda mía en ese instante inolvidable. Tu llanto mi alegría. Tu tibieza mi frazada. Tu cuerpito pidiendo abrigo y abrazos. Solas las dos siendo una por última vez.

Energía arrolladora transformada en cuerpo, contención, pasión hecha carne. Carne De Mi Carne. Carne De Nuestra Carne.

Y hoy. Los días pasan sin ser lo mismo. Es tan mi mí. Tan su Él. Tan ego, tan tormenta, tan prejuicio desvergonzado, tan empoderada que ni me animo a nombrarla. Tan perfecta sorpresa y golondrina. Tan carisma desparramado en la vereda. Tan pétalo de sal, tan purpuro aletear. Se estira la Carne De Mi Carne. Se estira, sin cláusulas y con abismos. El cielo la estira porque la extraña. Su carne se vuelve chicle y aventura, mira para arriba, se estira como un ñandú y la golpea la vergüenza y ahí está, tímida como si aún no hubiese nacido.

Y también es tan viento eléctrico, tan decisión que ni lo piensa, tan decisión que ni pensamos en contradecirla, tan decisión que ya está tomada. Tan objetivos que ya se cumplen. Tan nosotros en nuestro apunten, disparen, conseguido y ahora con qué seguimos. Ay, Carne De Nuestra Carne, cómo intentar que no padezcas nuestros humores, nuestros pesares, nuestros ascensores.

Todas las puertas abiertas para vos, abiertas las puertas de todo. Todo me das en tus días que tanto exigen. Todo me da tu exigencia, gajo de mi exigencia. Tus ojos puertas de luz al aprendizaje. Tus ojos puertas de luz a la seducción de los días. Tus puertas de luz oportunidades para ser existencia sin tanta exigencia.

Cuáles son las puertas que nos separan de la panza al ombligo. De tu ombligo a mi ombligo. De tu carne a mi carne. En cuántos cielos nos visitamos antes. Cuántos cielos recorreremos juntas.

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