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La perversa mente, presente y persistente, aunque nos consideremos sanos, aunque hayamos podido conseguir el éxtasis del equilibrio trabajo. Ahí está. Aparece el punto que nos retuerce los ojos y nos enfrenta a cuestionarnos todo lo que hemos sabido construir. Frecuente motivo que persiste y se disfraza en sueños para saludar siempre bajo distintas formas.

Acá está. Nada es tan blanco ni exacto como creía. Aunque hayamos aprendido a saborear el presente y a nutrirnos de él, el pozo se filtra y nos grita que el presente también tiene pozos que marean y confunden y cuestionan el orden-caos que supimos conseguir.

Ahí es donde el caos se cobra la partida y recobra el protagonismo que nunca debió perder, y nos retuerce los pelos, las manos y los genitales.

Maldita vida tan entretenida que no nos deja en paz. Maldita inestabilidad emocional en el nudo de nuestros cuerpos.

Malditos golpes de remolino que no terminan de consolarse y que hay que cuidar como a hijos enfermos. Remolinos cavernícolas que nos arrinconan a la prueba y asesinan las cuadrículas de los días.

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