Corro atando cabos y rabos de historias que no me pertenecen. Afilo la superficie rastreando coherencias que a veces no existen. Retuerzo mi ser escarbando lógicas inconexas y persistentes. Me desvivo y desovillo buscando la cuarta pata del gato. Malditas patas impares.

Escapo recorriendo huecos que ignoro cuánto pesan e insisto en medir. ¿Hasta dónde llega, hasta dónde llegás, hasta dónde hay que llegar? La idiotez paramétrica que conmueve mis días. Por supuesto que no puedo vivir con las dudas que tengo. La angustia nada libre en mi casa cuerpo mente familia. Y nada expansiva la insatisfacción por la relatividad crónica.

Hay un choque de ruidos permanente que no me deja vivir tranquila. Los persigo para ahogarlos pero siguen campantes, cantando horrible. Nada es cerrado ni finito ni encastrable. Nada es, o mejor dicho, la nada es. Es ruido, es vagina, es pincelada eterna y degradable; es sueño tierno y queso y dulce, muchedumbre apilada en recital insoportable; es la enfermedad llamando a la puerta porque se separó de la cura.

Armo rompecabezas buscando los colores parecidos, las texturas de la foto, como me enseñó mi abuela. Recorro el tablero y faltan piezas, y faltan parecidos, y no encajan, y quiero otras texturas y dónde están los colores y cómo uno lo que no se quiere unir, lo que no se puede unir. Y no lo uno, y me duele cada día. Y en cada rutina aprendo a desarmarme para sobrevivir a la decepción de que nada es, de que la nada es.

Choco con los recortes y cortes que no puedo prever. Me zambullo y buceo y rastreo y no encuentro el número de palitos que arrojaron al agua. Cuento y recuento y miro y no veo y no levanto y no tengo más aire y tengo que salir y no me dan las cuentas. No puedo respirar, cuesta y me agito, y no me dan las cuentas. Y no cumplo la misión. Y me tengo que ir y el rompecabezas sin armar y la pileta sin llenar y los palitos sin tirar y no me dan las cuentas. No me cuadra el objetivo, no me nada la nada, no encuentro la textura, ni el color, ni los ojos del tigre, ni la nube que completa la nube, ni la pieza rara que encaja con la pieza rara. Y no me enseñaron, y no aprendí, a qué hacer con la nada, esa nada enroscada, encubierta, incompleta, que no reúne, que conflictúa, perdura, revuelve con la diferencia y carcome los días, siempre inconexos.

Lástima que me preocupo, lástima que debo seguir, lástima que hago como si no, lástima que trago los palos que faltan, las piezas que no encajan, los pelos de perro en la comida. A hacer como si nada y a silbar para disimular tamaña insatisfacción galopante de partes que no se encuentran y que, sospecho, nunca lo harán. Matemos la cucaracha y hagamos como si acá no hay, como si no es la regla general. La regla general es que no hay regla que contemple las contradicciones de nuestros principios organizadores de generalidades. Qué esfuerzo hay que hacer para disimular los días y las calamidades y barrer las pezuñas de elefante bajo la alfombra. Qué sed inagotable y traumática de conclusión, de comunión; de muerte creo, al fin y al cabo y al rabo.

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