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¿Al final del día / vida qué logramos retener? ¿Qué quisimos registrar? ¿Qué de todo se grabó en nuestros músculos blandos? Al final, cuando caen los grises en las ciudades o los pueblos o los campos o los alambrados, hay imágenes fuerza en nuestro ser que rebotan, chocan y nos perturban para bien y para mal. La mayoría recordará una imagen congelada de algún abuelo serio y observador, un sorete con características originalísimas, algún insecto sorpresivo, un muerto, un vivo, una cogida de puta madre. Esos golpes de sentido dan la sensación de que aún nos queda tela por cortar.

A otros tantos, oscuritos, las fotografías de la memoria les provocan la certera sensación de que no hay nada más por hacer, de que todas las imágenes garrapata son abominables y que las que vendrán también serán, por lo tanto, abominables. Quién puede contrariarlos. Habrá también algunos pocos gatos locos, afortunados, que terminarán el día con la panza llena de chispazos y el deseo repleto de satisfacción. Seamos como seamos, estamos rebalsados de imágenes resacosas, hilos salvajes de un transcurrir: dientes manchados por el agua, golpes violentos en cuerpos pequeños, las primeras caras del hambre, taquicardias galopantes, galopes, caries, fiebres y alucinaciones, dedos de pies ajenos, herencias obligadas, deberes escolares, siestas, ¡iglesias!

Imágenes garrapata que se acuñan en entrañas viejas y recién estrenadas. Lanzamientos de soda, la panza de mamá, los gritos del vecino, el lunar aquel, los dibujos desubicados, el reto espantoso. Son los ladrillos de una actualidad maleable y fuerte. Legos que arman humanos sin saberlo, sin quererlo, que arman.

Somos imágenes enganchadas y envueltas como arrollados en las fiestas. Somos pionono de recuerdos, acciones, prácticas, deseos, quesos, garrapatas, somos. Pedazos arremolinados de seres particulares que hacen remolinos a medida y que generan nuevas medidas y nuevos medidores. Enjambre encarnado que nos exprime, nos confunde y nos hace.

Malditas obligaciones de ser algo. Algo son. Algo somos. Carne agarrada a corazones que de forma inevitable significan, acumulan, reencuadran, vuelcan. Tela de fuego y azúcar impalpable que nos esculpe, se entremima, se frota y nos da más fuego y más azúcar impalpable y nos pone a caminar como reales.

Nos constituimos de miniexplosiones de aire seco y amarillo que matan minutos de cerebro, que nos hacen perder el tiempo. ¿Qué tiempo? Realidad esbozada en un instante, que se retuerce de la risa cuando le pedimos explicaciones.

¿Dónde depositamos tantos adornos de navidad, tantas luces de carnaval, tanta suciedad de playa, tanta hamburguesa rápida, tanto culo de mujer, tanta comparación de mano y zapato de hombre?

¿Dónde ponemos tanta tecnología inalcanzable, tantos otros mundos que nunca llegaremos a conocer? Y ¿qué hacemos con los pompones de piel que se cruzan en un bar y nos nutren, nos construyen? ¿En qué bar se cruzan?

Sentimos el golpe de los acontecimientos, las formas obscenas que sólo se encuentran en los cuerpos en acción. Sufrimos el caos de los dados lanzados al aire y los textos subrayados de antemano. Nos moldeamos de capturas de algo que elegimos atrapar. ¿Para qué? Están. Nos hacen, nos tejen, nos revientan, nos rebalsan. Agua de nuestra alma, contaminada o no, agua de nuestra experiencia.

Somos lagunas habitadas por anclas de variados universos. No sabemos con precisión el origen de la laguna ni de sus anclas y menos aún, las características de sus ataduras. ¿Cuán sujetas están? ¿A qué se amarran? ¿Por qué?

Fotos en paisajes de lagunas púrpuras, lagunas chiquitas, lagunas admirables, lagunas reflectoras, lagunas exploradoras.

También somos, entonces, espejos de lagunas que anclaron en paredes inciertas. Semillas espejo que prendieron en alguna piel celulítica. ¿Todas las pieles tienen celulitis?

Seres espejos blandos, espejos que tiemblan, espejos gigantes; espejos pegajosos que ni piensan ni piensan en marcharse. Espejos encontrados en rincones que uno no sabe que existen hasta que te hablan.

Habla el sueño insólito que traspasa las barreras del recuerdo y se vuelve filosofía, física pura de las emociones y las tormentas. Habla, por supuesto, la idea huracán que nos persigue en nube errante a sol y a sombra. Desafían las sombras que nos corren hace años y que aguantan con rencor hasta que les toca el turno de salir a bailar. Gritan las enfermedades recurrentes que se vuelven un primo querido al que vemos cada tanto y lo aceptamos como es, porque es nuestro primo y lo perdonamos y lo queremos con su agresiva torpeza.

Nudos comunes entre insatisfacciones con patas: los caprichos del clima, los caprichos humanos y sus días de semana, los encuentros, los puentes. Todas jaurías que llevamos en nuestras mochilas y que nunca se irán. Todas ahí como un gran cóctel dinámico de nosotros mismos. Todas nubecitas que nos reconstruyen en sus detalles. Fotografías de lo que somos por lo que fuimos. Fotografías de un presente que no es regalado ni pasajero ni pajero ni parejo.

Pero hay algo sustancial en la pólvora volada de lo que fuimos: la materialidad de los gajos de nuestra experiencia, de nuestro registro. La carne que da sentido, que construye, que perfuma. Pero, ¿de verdad olemos nuestros días / vidas?

El peso del recuerdo: consistencia arraigadora que ata y que une y que otorga.

Somos red de pedazos, bola de fragmentos volando en un paraíso a medida.

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