Se desploma el yunque y me deshidrata el cerebro. Soy restos de cueros sepultados en tristeza fresca. Todo lo tuvimos en el intento de comunión –siempre intento– y ahora mismo la cara de la nada se ríe de mis pocas armas, de la resaca del paraíso que ya no es. Se abre un hueco y me hundo en la cama, untada por los líquidos de lo que no volverá a ser jamás. Se abre la puerta y cae el remolino como un golpe en la sien. El tercer ojo espía lo que no somos y se conmueve ante la quietud. Soy piel expuesta sin explicaciones, virgen inundada de flujos y distancias.

El milagro finalizó y obliga la caída al terreno imperfecto, ya habiendo conocido el milagro. La soledad babea penas sin piedad y envuelve el aire oscuro de la dejadez. El cuerpo está pelado y expuesto al universo sin energía para volver a disfrazarse de miembro de la sociedad. Y vos te vas a otros pagos y siento tu retiro satisfecho por el túnel ya vacío. Sin más me acariciás el interior por última vez y saltás al baño al patio al cigarrillo al televisor al comentario al pasar estuvo bueno.

Te vas feliz, chispeando descargas, sacudiendo caderas, bailando satisfacción y deber terminado. Y yo fetal, fatal, pollo desierto, medialuna sin café, ausencia soberbia sin camisón. Todavía las chispas no terminaron de deshidratarse y brotan las lágrimas sin explicación. De repente sos hombre común y repugnante y yo una niña que sólo quiere un abrazo. Un abrazo, pibe. Ni más ni menos. Pero no sabés lo bien que me haría. Las generaciones que abrazarías. El calmante histórico que aplicarías de un zarpazo. La soledad que calmarías sin saberlo, sin esfuerzo. Pero sin ser, claro.

Por qué no la dejás, si no. Tal vez la nube de incertidumbre nunca se presentaría y podríamos dilatar para siempre la brisa renovadora del abismo. Una maratón tampoco vendría mal y sin embargo. No es Él sino ellos. Son ellos la tropa que se muestra, da el mejor baile y se retira con decoro y actitud, dejando orfandad de placer y contención. Ellos tienen el permiso.

¿Es milenaria la angustia silenciosa ante el vacío de algo que hace instantes rebalsaba de energía? ¿Siempre están las lágrimas en la puerta? ¿La garganta también se contrae y nos estrangula? ¿Al final fuimos uno en plenitud o dos plenos en un fin?

Molesta el recuerdo de lo que acaba de ser y de que acabamos recién y la posición que toma mi cuerpo que aún chorrea algo. La contracción de los músculos ante la defensa del peor enemigo: la soledad. La conciencia de unidad en el cosmos y la carga eterna de cargar con la eternidad. La responsabilidad por el otro y sin embargo.

El encuentro ya terminó y sin embargo. Sin embargo me falta el abrazo contenedor, la cuchara que llene la boca, la mano que proteja mi cintura y contenga el vacío de mi abdomen. La falta es asmática, persecutoria y voraz. La falta permanece impoluta, anclada en el pecho. Tu presencia no cura mis anginas ni suaviza mi garganta ni apacigua mi infinita sed. Sin embargo, sigue siendo linda. Tu presencia inconclusa sigue siendo linda. Tu ausencia inconclusa sigue siendo mejor que. Porque sin la ausencia no soy nada. La nada es mi ausencia.

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