Ser sapo y ser rey. Verte sonreír mientras dormís. Hisoparme hasta saciar la picazón o en su defecto hasta generarla. Estornudar: esa carcajada inesperada de chupetines. Comer lo que se me antoja. Mojarme solo un poco con la lluvia, que mi espalda se vuelva felpudo de tu mano, bañarme cada dos días para no perder el tiempo, que me ofrezcan mate amargo ancho y recién hecho, que se rían con mis versos, escuchar esa canción que prende y calma la ansiedad, los mensajes de texto que no son publicidad, mantener a raya las inquietantes cutículas, un masaje profesional, la cocina de la amistad, la riesgosa conquista.

Saltar a la cama con sábanas recién lavadas, un día libre de regalo, una dedicatoria en un libro, el beso de la estrella, el abrazo de la Carne De Mi Carne, verlos jugar juntos, conectar gente, mi fina computadora, pilates dos veces por semana si no me duermo, ¡dormir una noche de corrido!

Andar en calzones por la casa, limpiar mientras escucho buena música, cepillarme los dientes, elegir la primera porción de la pizza, disfrutar de los hijos ajenos. El sexo inesperado, el piropo medido, el halago estratégico, el desayuno ritual, un mail de alguien que admiro, ser atrapada por un libro, la charla en el bar, el cigarrillo a la noche en el patio.

La ventana, los fragmentos que valen la pera del olmo, los pedazos que hacen que la espera no sea espera sino transcurrir amable y amigable, la vanguardia cotidiana, la libertad escapada, las revolucioncitas de placer, el lujo de los días.

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