Acababa de terminar el recital de la mejor banda de cumbia que jamás haya escuchado. Hacía calor y la gente se armaba en pequeños grupos. Yo siempre sola. No molestaban pero estaban ahí, formaban parte de la escenografía en las alturas que había montado mi inconsciente. Abajo nos recorría una ciudad incansable y conquistadora en todo sentido. Cumbia santafesina en Nueva York, qué más se podía pedir: que fuera cerca de su cielo, gris e iluminado por las luces que admira -y paga- el mundo. En efecto, nos congregábamos en la terraza de un edificio ancho y acogedor y gris, bañados de cielogris.

Casi no recordaba la música de minutos atrás pero aún sentía su sabor festivo en la boca. Todos habían escuchado la banda con demasiado respeto. Yo disfrutaba la resaca de sus melodías en plenitud cuando, relajada, miré el cielo y de forma inesperada la vi: una pequeña explosión estrellada que comenzó a expandirse iluminando el espacio. Como si la tibia tormenta que invadía el cielo se hubiera apoderado de mi mente, razoné que el hecho no era aislado y… ¡Eureka! Pude ver en mi cerebro esa explosión encadenada a otra y esa empujando a otra y ese tejido de pequeños incendios generando la maquinaria que moviliza el mundo, y de un momento a otro se reveló la composición de la materia, como si la física fuera pura poesía de la buena y espontánea.

Tras otro estruendo en mi cabeza reafirmé la idea de que somos enganche de bombas detonadas que vomitan energía y nos iluminan el día y los cuerpos, somos luz que petardea en cada ínfimo instante o espacio; somos abrazo de estallidos de materia ambiciosa que se zambulle en la eterna carrera de ir más allá, empujando a otros fragmentos de colores a rebotar en otro sentido, y cual billones de autitos chocadores funciona el universo.

¿Cómo no concebirnos en el caos y en la emergencia del conflicto, después de todo? ¿Cómo no pensar que el equilibrio es el movimiento permanente?

Explota un pedazo de cielo gris y el evento se vuelve estrella y los ojos se encandilan y el todo se acopla a la sucesión de estallidos que desnudan una idea en una noche de cumbia en Nueva York. Mi cerebro un estallido, mi cerebro un canal, mi cerebro miles de patadas, mi cerebro una bomba, mi cerebro encandilado, mi cerebro energía, mi cerebro diciendo que despierte y que recuerde.

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