Bienvenido Futuro, pase, siéntese por allí, póngase cómodo. Enseguida le traigo un mate y alguna conversación interesante y nutritiva, por si gusta. Pase, pase, sáquese los pases de encima y siéntese a no esperar conmigo un rato.

¿De qué podríamos hablar? En primer lugar habría que decir algo del clima, esa cosa que une a desconocidos en segundos, que tiene el poder universal de la vinculación instantánea y la capacidad de llevarnos a encontrar grandes coincidencias con el cliente, el taxista, el vendedor, el que también espera, el compañero de asiento. Bueno, allí encontraríamos puntos en común, seguro. ¿O este tema no le afectará? ¿Será invulnerable a los berrinches del cielo?

Luego sería fácil entrar en algún tema melancólico y llegar a la salvadora conclusión de que todo tiempo pasado fue mejor. Antes estábamos bien, la economía es un desastre, los chicos no pedían tantas cosas, en mi época ni se te pasaba por la cabeza insultar a un adulto, mamá nos arreglaba la ropa.

Ah, ¿prefiere café? ¿No lo altera? A mí sí… ¿Se quiere pegar una ducha, descansar un rato? ¿Cortadito? ¿Azúcar o edulcorante? Le puedo preparar la camita del fondo si desea. Sería bueno que descansara, aunque no sé si podrá con ese café encima. Tendría que combatir un poco esas ojeras y luego, si me lo permite, deberíamos conversar con seriedad de lo nuestro. Si quiere arranco, la verdad es que hace años que espero este momento, se imaginará que mucho más no puedo esperar, pero si necesita descansar lo entiendo, yo ando muy cansada también, y sufro de ansiedad, usted lo sabe. Y si corro tanto detrás de usted es porque tengo millones de cosas que proponerle; que gritarle, diría a esta altura. Porque usted nunca me escucha, ni se da vuelta para mirar. Con lo bien que me harían unos ojitos suyos de vez en cuando. Hay días en que me hacen falta. Pero nada, ni un guiño para darme esperanzas, ni un ¡siga así! como en el boletín de la primaria. Ni siquiera un felices vacaciones. Lo mío es un trabajo esclavo. Conozco mis derechos, soy una mujer informada. Yo así no sigo. Se lo quería decir en persona. Este silencio persecutorio, enfermizo, que da por sentado amores y desamores, huidas y abandonos, anhelos y objetivos. Yo así no puedo seguir. Si quiere hablamos después, pero la carrera es desigual y usted lo sabe. Y ahora que lo tengo no lo voy a dejar ir tan fácilmente. ¿Me escucha? ¿Tiene sueño? ¿Que no? ¿Usted nunca duerme, nunca para?

Parar. Qué difícil es cuando uno anda tan hambriento e insaciable y se pone más hambriento e insaciable y se disgrega por la vida con asuntos imposibles. ¿No le parece? Y peor aún cuando nos rodeamos de seres vorágine que potencian la hambruna y las corridas. Y lo peor de lo peor: despreciamos el ritmo del resto de los mortales que, con sabiduría, disfrutan del ocio y se toman unos mates y se tiran al sol y comen medialunas y caminan despacito y así logran escurrirse victoriosos por el tiempo.

Dichosos sean los escurridizos, que mi envidia los proteja, pero usted sabe del problemita de mi tatuaje de nacimiento que sangra y sangra y dice que no puedo detenerme, que no hay tiempo para el holgazaneo, que hay demasiado por hacer, que hay cosas muy importantes que esperan que las empuje. El asunto se me clava como estaca siendo carpa. Es como si el perro siempre se me escapara, como si el cerebro galopara tres pasos más allá de mi más acá y terminara, de a poco, volviéndose loco. Volviéndome loca. Ya de chica vivía alejada y todo lo disfrutaba pensando en lo que iba a ser. Pero el mañana nunca llega como lo diseñamos y las paredes golpean y la niña ya crecida sintió que a los caminos de la vida, la vida los camina y que el destino se escurre sin que podamos siquiera saludarlo o vestirlo o tirarle un beso al pasar.

¿En qué se transforma el día cuando no lo habitamos? ¿A qué mutamos sin ahora? El cruel resultado: día y yo: trapos sucios en un camino sin fin y sin paradas.

Y el camino se hace cuesta arriba si usted no colabora. Tire alguna clave que nos acerque para siempre, una pista que calme la búsqueda. ¿Hay que escurrirse? ¿Ser amigos de lo espontáneo y del pálpito? Si es eso, me arrastraré como gusano precavido y perezoso, buscando nutrirme en cada avanzada. No se me cae ningún anillo. Si tengo que comer tiempo y que me haga cosquillas en la panza, lo hago. Sólo quiero dejar de correr un rato. En fin: si todo se trata de reírse un poco de usted, Señor de-lo-que-aún-no-llegó, sepa que haré lo que sea necesario.

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